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Este artículo se publicó en la revista Historia y vida, en 1986 en el mes de octubre, editado con el nº 223. Un texto que nos pareció muy interesante incluir en nuestro boletín, ya que al fin y al cabo, nosotros también utilizamos “armas blancas”, sables, cuchillos y bastón, aunque pertenezcan a otra cultura; por lo tanto, es de rigor saber cual es el origen de esta denominación tan nuestra. Esperamos haber satisfecho la curiosidad del término, gracias a su autor, el Sr. D. Vicente Navarro Serra y a la publicación de Historia y Vida. Que lo disfruten ustedes.

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POR QUÉ A LAS ARMAS BLANCAS SE LES LLAMA BLANCAS

Por D. Vicente Navarro Serra

Seguro que muchas veces alguien se habrá hecho esta misma pregunta. Se sabe que las armas blancas son aquellas que cortan, como las espadas, o que pinchan, como los puñales. Pero, ¿saben por qué a las armas blancas se les llama blancas?

        Se suele decir que no sabemos apreciar a fondo todo aquello que tenemos demasiado a mano, y que sólo lo valoramos cuando lo perdemos. Así acontece también con palabras, ideas o conceptos que, por familiares, jamás ocurriósenos atender a su origen histórico o concretar su etimología o reparar en su evolución morfológica.

        
¿Armas blancas? Pues todo lo que son espadas y puñales. O sea que cortan y pinchan. Siempre se llamaron así. Acabado el juicio, el interpelado pasa a discutir de otro tema. Lo curioso es que omitió reflexionar. De hacerlo, hubiera podido plantearse montones de intrigantes preguntas, que podían haber dado lugar a respuestas tan sorprendentes como las que no siempre se llamaron blancas, que el espectro de las mismas es mucho más extenso e interesante de lo que él cita, que el origen “blancas” -epíteto hoy consustancial a armas de punta y corte- tuvo su origen en un momento dado, en función de unas causas y que, por su puesto, existen las llamadas armas “negras” de las que, además de otras, también haremos referencia aquí.

        Como en muchas otras circunstancias podrá ocurrir que, una vez iniciada una investigación y lanzada una tesis, aunque ésta esté fundamentada en sólidas bases científicas y pacientemente escarceos históricos, alguien en el futuro pueda, a tenor de nuevas exégesis, contradecir la teoría, máxime si ésta es dada a la luz por primera vez como ocurre en este caso.

        El problema no es ése, puesto que la verdadera cuestión estriba en dar a conocer el fruto de apasionantes descubrimientos sobre este tema. ¿Armas blancas? ¿Y por qué blancas y no azules o coloradas? Porque si uno dice que se comió un plato de arroz, todos sabemos que acaba de usar el archiconocido tropo literario ya que el plato no es de arroz, es de porcelana.<

        Si los caballeros del siglos salían del combate con la hoja de su espada teñida de rojo, ¿por qué no se les llamaría armas “rojas” empleando elemental sinécdoque?

        Algo de eso hay en el secreto del “blancas”. Y muchas otras cuestiones. Pero no nos precipitemos y procedamos con método.

Desfacer un entuerto

Es falso creer que el calificativo blancas les viene a esas armas del aspecto o matiz de las hojas, es decir, del acero pulido con que se fabricaban. Si eso fuera así ya no habría posibilidad de discusión una vez demostrado y aclarado.

        Pero ese error, muy extendido, en el que han incurrido famosos tratadistas de armas. En 1900 un militar experto en armas portátiles, llamado P. J. Génova, en su obra Armas de Guerra dice que se llaman blancas a las armas de punta y corte debido “a la brillantez del pulimento de la hoja con que hieren”.

        No obstante el mismo personaje y en libro titulado Armas Portátiles, fechado unos años antes, concretamente en 1889, había afirmado que “se llamaban blancas a las armas que, siendo portátiles, no son de fuego”.

La confusión es patente entonces, ¿Qué sería una maza ferrata, especie de garrote de madera con remates de clavos empleado durante la primera Gran Guerra, que era portátil pero no de fuego?

        Evidentemente y para no comprometerse, muchos otros autores obvian el tema y prefieren o no pronunciarse o repetir las afirmaciones antes citadas, que todo el mundo acepta sin pedir más explicaciones.

Caballero armado de mediados del siglo XIV.

        No hace mucho nos decía una persona de largas lecturas y gran experiencia en el asunto que se les llamaba blancas porque el acero de que están hechas da una raya o línea blanca si se le hiere con un objeto duro. Tampoco, intuíamos, era esa la verdad. Demasiado simple amén de que también da línea blanca, si se raya, el cañón de un fusil. Se imponía, pues, la paciente búsqueda, la perseverante exploración de épocas pasadas donde se pudiera atisbar la posible solución al problema.

        Porque una cosa estaba clara. Llamar armas de “fuego” a las que emplean pólvora, iniciador y proyectil es más que evidente. Ahí no cabe la más mínima discusión. Desde sus orígenes -pensemos en los primeros mosquetes y arcabuces de mecha- que se les llamaba de fuego. No hace falta demostrarlo. Al fin y al cabo no dejan de ser armas -en comparación con las blancas- relativamente recientes.

        El intríngulis está en las otras, en aquellas que el hombre desde la profunda oscuridad de los tiempos prehistóricos, desde la lejanía de la Edad del Bronce, ha empleado y que, en un momento dado de su evolución, pasaron a llamarse blancas. Nos estamos refiriendo a toda suerte de espadas, puñales, dagas, sables, lanzas, machetes, cuchillos, navajas, verdugos, estoques, bayonetas…

        ¿Cuándo ocurrió esto? ¿Por qué? ¿Cómo? Decíamos que la inmensa mayoría de autores no lo aclaran. Tanto en obras de carácter divulgativo como en las de talante más erudito, se empieza por hablar del hacha de piedra, de la espada, de la flecha, luego del nacimiento del arma de fuego y luego, en la sucesión cronológica posterior, vuelven a hablar de espadas y floretes pero esta vez, misteriosamente y en franco contraste con las armas de corte citadas antes del invento de las de fuego, pasan a llamar – las “blancas”. ¿Cómo es posible? ¿Qué les ha inducido a ello? ¿Por qué un gladius romano no lo han tildado de arma blanca y sí, en cambio, lo han hecho con una espada ropera del siglo XVIII?

        Los estudios terminológicos sobre las armas son realmente muy escasos. Literatos e historiadores vienen usando, desde el siglo XVIII aproximadamente, la expresión “armas blancas” para referirse a objetos con filo y destinados a cortar o pungir.

        Antes de ese siglo no hay referencias. Si retrocedemos veremos que la literatura medieval española no se nos aclara la idea por la sencilla razón de que no se trata el tema. En la francesa tampoco. Ir más atrás era absurdo. Por lo tanto había que bucear en la Edad Media, pero en textos y crónicas atípicas para seguir luego, con esa misma metodología, el hilo de los siglos siguientes.

Machetes militares españoles del siglo XIX.

Descubramos el “desde cuándo”

A nadie se le ocurrirá llamar arma blanca a un ariete, ¿no es cierto? ¿Y a una catapulta? Lógicamente tampoco, y eso que no era de fuego. Una vez, pues, derrotada la teoría de que es blanco lo que no es de fuego, y refutar varias fuentes que dieron falsas pistas, consultamos con calma, todo el cuerpo legislativo, en versión original, sobre la tendencia y uso de armas en España. Desde los Reyes Católicos hasta Carlos IV inclusive.

        Ordenado y estudiado este conglomerado de leyes, decretos y pragmáticas se observó lo siguiente:

        Desde los RRCC hasta Carlos II (toda la casa de Austria) las leyes prohibitivas de armas no generalizan nunca sino que, por el contrario, se entretienen en ir citando y especificando una por una las armas que caen dentro de las prohibidas: rejones, jiferos, puñales, espadas… no calificándolas nunca de blancas.

        Hacha salvedad de que los RRCC no prohibieron las espadas ni armas semejantes, sino que obligaban a tenerlas y conservarlas (la Reconquista estaba demasiado reciente), leamos por ejemplo, una Ley dada por Felipe II en 1564: “Ordenamos y mandamos que ninguna persona, de cualquier calidad y condición que sea, no sea osado de traer ni traya espadas, verdugos ni estoques de más de cinco cuartas de vara de cuchilla en largo…”.

        En Ley dada en Madrid el 28 de septiembre de 1654, Felipe IV ordenaba: “Ningún alguacil, ni otro juez ministro ni oficial de sala ni otras personas pueden usar ni traer en nuestra Corte ni fuera de ella espadas con vainas abiertas, ni estoques, verdugos buidos de marca, o mayores que ella”.

        Así se expresan, como se ha dicho ya, hasta Carlos IV. Como máximo los Austrias llegan a prohibir en sus disposiciones, generalizando, que estarían penadas las “otras cosas de hierro o acero”.

        Esta claro. La palabra blanco no se conocía en relación a esas armas ya que, de conocerse esa acepción, se hubiese usado.

        La segunda observación que se desprende del estudio de esas disposiciones, la que dio la sorpresa mayúscula y la clave para solución del problema del “desde cuándo”, fue ver cómo, de pronto, a partir de Felipe V, el primer Borbón, se comienza enigmáticamente a hablar de “armas blancas” y se afianza la expresión a partir de ahí.

        Concretamente en una Ley dada en Lerma el 21 de diciembre de 1721, podemos leer por primera vez algo tan sorprendente como esto: “Imponemos a los que fueren aprehendidos con puñales, jiferos, rejones y otras armas cortas blancas, si fuera noble, la pena de seis años de presidio, y si fuese plebeyo, seis años de galeras…”.

        En llegando a este punto, francamente curiosísimo, ya podíamos sacar la primera conclusión válida que sería la de que no fue hasta comienzos del siglo XVIII en que se tilda de blancas, de forma oficial, a las armas de punta y corte. (La otra conclusión es que la Revolución Francesa aún andaba lejos, por eso al plebeyo lo mandaban a galeras y no al noble no…)

        A partir de este punto, Fernando VI, Carlos III y de más monarcas emplean el “blancas” con total y absoluta naturalidad. Era lógico que así fuese después de los primeros empleos de “blanco” por Felipe V a principios, como vemos. Del siglo XVIII. Por lo tanto la incógnita del “desde cuándo” quedaba, por fin, completamente desvelada.

        Faltaba, empero, la más sabrosa del “por qué”. ¿Cómo se había originado esta singular adjetivación? ¿A santo de qué el apelativo blancas a partir precisamente del siglo XVIII? ¿Sería un nacimiento espontáneo, cosa esta poco probable? ¿Sería deformación de alguna idea anterior en el tiempo y no cristalizada hasta el 1700?

Grupo de militares pertenecientes a la caballería del ejército español; el arma blanca fue su arma base durante muchos años.

El doble origen del por qué

Sépase que es falsa la imagen, tantas veces repetida en el cine pseudohistórico, de vestir con armadura a los caballeros de la alta Edad Media. En esa época no existía arnés. Solo el la baja Edad Media hace su tímida aparición. Su desarrollo y empleo como tal no es hasta finales del siglo XIV y su pleno apogeo entre los siglos XV y XVI.

        En plena Edad Media el caballero se vestía y protegía con cota de mallas más o menos propensas a oxidarse y alguna que otra pieza suelta que loca de óxido.

        Con la llegada del siglo XIV (finales) y, sobre todo en el siglo XV, aparece, ya completo, el arnés (armadura completa de placas de acero bruñido y reluciente) y el caballero se viste de “punta en blanco” porque el arnés se le llamaba “arnés blanco” puesto que, evidentemente, si estaba nuevo y limpio, el impacto del blanco era el que dominaba.

        Ahora bien, ¿no era ese arnés blanco su arma su arma “defensiva”? obviamente sí, por lo que no nos ha de extrañar que en el siglo XV (permítasenos traer aquí algunas citas del libro L’ Arnés del Cavaller del profesor M. de Rriquer) un caballero llamado Gabriel Turell escribiese en relación a su vestimenta de guerra:”… a pie, sin más soporte, con armas blancas tal como los caballeros en batalla llevan…”. Ese “armas blancas” referido a su armadura es más que evidente.

        Joan Gilabert, otro caballero del siglo XV dice: “… nosotros armados con armas blancas habitualmente llevadas en la guerra…”. Tal vez uno de los más contundentes sea el testimonio de un tal Guerau de Vallseca: “… por armas defensivas, armas blancas de guerra…”.

        El arquitecto francés M. Viollet-Le-Duc autor del Dictionnaire Raisonné du Mobilier Français nos detalla al máximo la historia y piezas del arnés y nos especifica: “Mettan à part les Meaux harnois de luxe de la fin du XV e siècle, deux de cette première pèriode qu`on dèsignait sous le nom de harnois blanc, parce qu`ils ètaient simplemente faits d`acier poli”.

        Empieza a verse claro. La principal arma defensiva en el siglo XV era el arnés. (Arma defensiva portátil, por supuesto.) el arnés era blanco. Luego el caballero usaba, con toda propiedad, “arma blanca”, para protegerse. Por eso así lo manifiesta y así (si sabe) lo escribe.

        En Francia ocurre otro tanto justo en el mismo siglo, llamándoseles a las armaduras de combate “harnois blanc”. Ahora bien, resulta que algunas armaduras iban pintadas (arnés pintado o “harnois peint”) para protegerlas del óxido con lo que todavía resaltaba más el blanco de los que la preferían sin colorear y con más razón, hablaban de sus armas “blancas”.

        Con todo, la armadura inicia su declive en el siglo XVI pues la bala, invisible volador impulsado por pólvora, no perdona. El arnés blanco periclita a ojos vista frente al mosquete, pero queda en el “aire” el concepto del blanco el cual, hasta emparentarse con el sable y espadas allá en el XVIII, debe atravesar dos siglos: el XVI y el XVII. Este puente de doscientos años desconcierta un poco por la posible pérdida de la palabra blanco provocada por la desaparición del arnés y, como consecuencia, de la de su adjetivo de color.

        Pero no fue así, se mantuvo la simbología del blanco ya como derivación directa de todo lo explicado, ya como ligera distorsión. Veamos como.

        Resulta que, de manera insensible, pasaron a llamarse blancas las armas de un caballero novel, de un neófito en las lides de la guerra. Es decir, ¿ya no hay arneses blancos?, pues serán blancas las “armas” de un caballero que aún no haya participado en ninguna acción.

        Más claro todavía: antes de combatir, antes de merecer el honor de un símbolo, antes de la heroicidad, las armas del caballero eran blancas. Después del combate, ganado por esfuerzo, una honrosa valoración y mérito, sus armas habían dejado de ser blancas, tanto las defensivas como las ofensivas.

        Por su puesto no vale aquí establecer ninguna relación con la Heráldica que, nacida sobre el 1170 aproximadamente, tenía como fin exclusivo identificar al guerrero – caballero al primer golpe de vista mediante la simple localización geográfica de un vistoso colorido en gualdrapas y rodelas.

Caballeros Granaderos españoles.

        Nadie con mayor autoridad que Cervantes, que conocía bien los siglos de Oro, para aclararnos conceptos sobre ese posible segundo origen o nexo entre siglos. Leamos un breve párrafo del capítulo 2.º de la 1.ª parte del Ingenioso Hidalgo: “Y así, sin dar parte a persona alguna de su intensión, y sin que nadie lo viese, una mañana, antes del día, se armó sobre Rocinante… y salió al campo, con grandísimo contento y alborozo de ver con cuanta facilidad había dado principio a su buen deseo. Mas apenas se vio en el campo, cuando le asaltó un pensamiento terrible y tal, que por poco le hiciera dejar la comenzada empresa; y fue que le vino a la memoria que no era armado caballero, y que, conforme a la Ley de Caballería, ni podía ni debía tomar arma con ningún caballero; y puesto que lo fuera, había de llevar armas blancas como novel caballero, sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase”.

        ¿No está claro? ¿O es que Cervantes jugó con la palabra blanco, en sentido que nos es desconocido? Si el arnés blanco llegó a ser arma blanca por derecho propio , esa derivación, que el autor de la famosísima obra citada esclarece, hace referencia a las armas que, faltas de bautismo de guerra, aún non vírgenes, es decir, blancas.

        Finalmente, ya en el siglo XVIII, finiquitado el caballero del Medievo, arrinconado en el desván de la Historia su arnés y decadente el ideal caballeresco como aún se entendía en los siglos XVI y XVII, queda la “idea” del blanco y pasan a llamarse así, por simple relación de compresión, todas las armas de punta y corte pues, al fin y a la postre, eran las que procedían en línea directísima de aquellas que durante tantos años habían empleado los caballeros, simbióticamente unidos a sus brillantes y blancos arnese.

        Establecer una clasificación exhaustiva de las armas blancas a través de los tiempos es operación harto arriesgada, máxime cuando sesudos varones lo han intentado sin ponerse de acuerdo. Unos opinan que podemos establecer tres grupos: las de cortes (tajantes), las de punta (punzantes) y las de corte y punta. Otros las clasifican en: arrojadizas, de puño y de asta.

        Aquí, para dilucidar el tema de blancas y negras no entraremos en asuntos de clasificaciones generales. Nos bastará atender a dos cosas. Primero al cuadro adjunto que es un conato de clasificación personal de las armas exclusivamente de puño, en el bien entendido que esta hipnosis se puede remodelar y, por supuesto, ampliar, cosa que se escapa al objetivo de este trabajo.

Para combatir, o para ceñirlas, las armas blancas presidieron buena parte de la historia.

        Y la segunda es que, dentro de las armas de puño podemos incluir a las llamadas “negras”. Aquí hay versiones para todos los gustos. Nosotros preferimos ceñirnos, en función de personales deducciones, a la concepción francesa -si se le puede llamar así- y a la concepción española, si es que también es lícito llamarlas así.

        Para algunos autores franceses el término blancas es sorprendente y no pueden sustentarse al matiz del acero de las hojas, pues evoca el blanco. Pero, como bien dicen, las había de hoja azulada e incluso de un gris casi negro, lo que invalida, como ya sabemos, esta teoría.

        Acuden ellos a su Diccionario de la Academia, edición de 1776, que los ilustra un tanto al respecto, aunque no con claridad y exactitud deseadas. Como consecuencia dicen: “Se trata de armas ofensivas, espadas o alabardas una vez totalmente acabadas de construir. Las armas aún en los estadios precedentes de fabricación son llamadas igualmente armas “de fuego” incluso tratándose de armas cortantes, pues deben pasar todavía “al fuego”. Añaden que una vez en manos del forjador se les llama también armas negras y que están sometidas al control del inspector de armas negras. Sólo después del templado y del afilado pasarán a llamarse armas blancas y será entonces el inspector de armas blancas el que decide si su calidad es buena y son aptas para servicio.

Pintura de Goya, "El 2 de Mayo", protagonizado casi por las armas blancas.

        Acorde con otra visión parece ser que ya en el siglo XIX -seguramente bastante antes- se denominaba negras, en España, a todo tipo de espadas, floretes o sables que, al contrario de las blancas, no estaban destinadas a producir Herodas puesto que se caracteriza por la ausencia de filos cortantes y por el aditamiento de un botón o perilla en la punta, siendo su finalidad la del deporte de la esgrima.

        Valga como colofón a todo lo estudiado hasta aquí, el recordar que hubo un tiempo en que consideró, a las armas blancas, más nobles que las de fuego, pues estas últimas se creían propias de traidores y rufianes, dado que permitían el ruin ataque por sorpresa, a distancia y sin riesgos.

        Lejanos tiempos esos, tanto como aquéllos en los que, por abundar en lo de blanco, estampó la infanta Carlota en la cara del todopoderoso ministro Calomarde, sonora y soberbia bofetada a la que, como se sabe, el muy envarado ministro contestó:

                - “Señora, manos blancas no ofenden”.

        Si nosotros sustituyésemos, en nuestra mente, manos por armas, podríamos iniciar otra historia.

        Dejémoslo para otra ocasión posterior.

        Pequeña clasificación de armas blancas de puño hecha con la intención, no de ser exhaustivos, sino de que las mismas palabras con que hay que señalarlas nos susciten sentimientos de belleza y nos evoquen, si es posible, la vieja y eterna controversia, tan cervantina, entre las armas y las letras.

De virtud.- Las que, según creencias populares poseían virtudes sobrenaturales, como la espada de Vilardell, preservadora de males a quien la empuñase. O las famosísimas Excalibur o Durandal.

De ceñir.- Militares y civiles. Reglamentarias las primeras e indicativas, todas, de cargo o autoridad.
Corteses.- O de “justa”, usadas en los viejos torneos y carentes de filos y de punta.
De parada.- Militares y paramilitares. Algo alejadas de los reglamentos pero siempre ampulosas y barrocas.
De guerra.- Militares todas. Reglamentarias sólo a partir del siglo XVIII. De uso en los ejércitos.
Buidas.- Cortas y de varios filos.
Roperas.- Civiles y por ende no reglamentarias pero inseparables del hidalgo de los siglos XVI y XVII que las usaba con la ropa de calle.
De capricho.- Las de encargo. Más lujosas de lo normal. Si eran el encargo de un militar no solían estar muy ajustadas a la reglamentación, pero le eran toleradas.
Galantes.- Con el mismo fin y empleo que las corteses.
De barateo.- Todo tipo de navajas y cuchillos usados por los barateros, fulleros y tahúres que tanto abundaron en el sigloXIX.
De honor.- Las entregadas en premio y recompensa de una acción heroica protagonizada por algún militar.

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