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Ana Covadonga es estudiante del Dojo Kuubukan desde hace tiempo, donde sigue su infatigable esfuerzo por ahondar en el Arte del Aikido.

        Comparte responsabilidad con otros estudiantes en la secretaría del Dojo, encargándose de determinadas áreas en la parte organizativas de los eventos que se realizan.

Sra. Ana Covadonga.

El Aikido, una escuela de la persona

        Las artes marciales fueron siempre objeto de mi atención mas para mí tenían un gran inconveniente que era el que, de cierta forma, las veía como instrumento de violencia, agresividad y competitividad, actitudes con las que, obviamente, no me identificaba.

        Pero en cierta ocasión fui invitada a compartir una celebración navideña en un dojo, en el que se impartía “Aikido”. A lo largo de las conversaciones durante dicha velada, empecé a conocer su filosofía, su práctica, su esencia; y en especial, me quedé con el hecho de que no es un arte marcial violento, sino que su base era la defensa tras un ataque utilizando la energía, no la fuerza.

        Tras dos meses meditando la idea de entrar a formar parte del dojo, me decidí a hacerlo. Cuando llegué, en seguida me sentí integrada en el grupo. Y es que la participación era igual entre compañeros, sin diferencias ni privilegios por el hecho de ser mujer.

        El Sensei me facilitó un formulario con algunas cuestiones a responder, una de las cuales era “¿Por qué quieres entrar en el dojo para la práctica del Aikido?”. La respuesta: para ubicarme en mí misma (y por ahora lo he conseguido en gran medida…).

        Como equilibrio en muchos aspectos, he aprendido a conocer mi cuerpo, fortaleciéndolo sin tener que recurrir a la fuerza. Incluso, en mi vida cotidiana, se me han presentado situaciones las cuales he afrontado con facilidad, llevándome a pensar que mi reacción ha sido diferente a la que habría tenido la mujer de antes de practicar Aikido. Os presento un ejemplo para que me entendáis.

        En una ocasión se me trabó el tacón de un zapato en un escalón. Mi reacción: saltar sin llegar a caer en el suelo quedando, curiosamente, de pie y sin daño alguno.

        En otra ocasión, el incidente fue un resbalón, y mi respuesta fue el caer al suelo, con la sorpresa para aquellos que vieron el accidente y acudieron en mi ayuda, que me levanté sola en cuestión de segundos y sin secuelas.

        Accidentes aparte, uno de mis grandes desconsuelos era el de aprender a montar en bicicleta, pero no me atrevía a aprender porque mi equilibrio era más bien reducido. Hoy puedo decir que lo he hecho, gracias a la ayuda y las enseñanzas de mi hija para aprender a ir derecha y no chocar contra obstáculos. En aquellos momentos, recordé una de las enseñanzas de nuestro Sensei: buscar siempre en nosotros nuestro centro y controlar la respiración.

        Si no nos conocemos nosotros mismos, ¿quién lo va a hacer? Gracias al Aikido, hoy puedo decir que cada día me conozco y me supero un poco más.

Ana Covadonga, marzo de 2010.

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